3.
Aunque me llame Mirtel, y sea una llorona, no tengo nada que ver con la Mirtel de las películas de Harry Potter. Mis padres son verdaderos fanáticos, y me lo pusieron justo por eso, porque desde el minuto en el que nací, no dejé de llorar ni un solo segundo.
Físicamente soy robusta y pequeña, llena de pecas y pelirroja, nos asemejamos en la palidez fantasmal que compartimos, pero por lo demás yo diría que no hay nada que nos relacione, aunque mis compañeros de primaria piensen lo contrario, y los de secundaria, y desgraciadamente, los de la universidad.
Esto es solo una pequeña introducción a lo que voy a narrar en primera persona, pero no tiene nada que ver, solo quería que os imaginaseis la situación, y quizás sabiendo mi apariencia os hará más gracia aún.
Donde vivo, empezó a hacer frío de la nada, hacía una semana salía de fiesta con mis amigas en minifalda sin ningún problema, y de repente, de un día para otro, me vi sacando los abrigos de las cajas para hacer el cambio de armario.
El día que salí con una amiga a tomarnos una cerveza, decidí vestirme con un jersey muy gordito y una minifalda, además tuve la brillante idea de no usar medias.
Ni un abrigo.
Llovía.
Cogí el autobús en dirección al edificio donde trabaja, a las 17:00 salía y estaba dispuesta a perder el tiempo en cualquier local de la ciudad, en mi compañía, hablando de libros y de chicos.
Cuando llegué, me arrepentí de inmediato de no haberme puesto pantalones, unas pocas horas más tarde, agradecería a dios el llevar falda.
Bajé del autobús y nada más divisarla unos pasos más lejos de la parada, corrí a abrazarla.
El llegar al bar fue como el pisar el paraíso, aunque nunca he visto siquiera el paraíso, pero nos lo imaginamos todos.
Comenzamos con cerveza y patatas, risas y chismes, todo iba maravillosamente bien.
No recuerdo haber gozado nunca de una vejiga muy sana, pero si iba al baño, se me descolocaría el jersey, ¡y me había costado mucho colocarlo de tal forma que quedase bien metido en esa apretada minifalda !
Lo mucho que me arrepentiría de darle más importancia a la imagen que a hacer pis llegaría pocos momentos después.
Al salir del bar, fuimos andando hasta su casa, desde donde cogería un autobús para volver a la mía, el camino se me hizo agónico, nada más pisar la calle y sentir el frío acariciar mi vagina me quise morir.
Me quiere sonar que me estuvo contando una historia triste sobre la juventud de su madre, pero solo podía concentrarme en una sola frase "¡MIRTEL, AGUANTA!"
El autobús llegó, subí, me senté, me empecé a menear de un lado a otro en el asiento, no aguantaba más, me levanté, fui a la zona amplia del autobús que es donde está la puerta de salida y la zona para carritos de bebés o sillas de ruedas, y aquí empieza el baile.
El llegar al bar fue como el pisar el paraíso, aunque nunca he visto siquiera el paraíso, pero nos lo imaginamos todos.
Comenzamos con cerveza y patatas, risas y chismes, todo iba maravillosamente bien.
No recuerdo haber gozado nunca de una vejiga muy sana, pero si iba al baño, se me descolocaría el jersey, ¡y me había costado mucho colocarlo de tal forma que quedase bien metido en esa apretada minifalda !
Lo mucho que me arrepentiría de darle más importancia a la imagen que a hacer pis llegaría pocos momentos después.
Al salir del bar, fuimos andando hasta su casa, desde donde cogería un autobús para volver a la mía, el camino se me hizo agónico, nada más pisar la calle y sentir el frío acariciar mi vagina me quise morir.
Me quiere sonar que me estuvo contando una historia triste sobre la juventud de su madre, pero solo podía concentrarme en una sola frase "¡MIRTEL, AGUANTA!"
El autobús llegó, subí, me senté, me empecé a menear de un lado a otro en el asiento, no aguantaba más, me levanté, fui a la zona amplia del autobús que es donde está la puerta de salida y la zona para carritos de bebés o sillas de ruedas, y aquí empieza el baile.
Faltaban pocas paradas para llegar a mi casa, ¡MIRTEL AGUANTA!
Mirada desesperada, sudor frío, el autobús medio vacío, bailo en el sitio, cada vez me muevo más rápido, más insistente, el autobús pasa por baches, cada bache me da más ganas de hacer pis, intento pensar en cualquier cosa menos en el pis, no pensar en pis, no pensar en pis, ay el pis, se me escapa el pis, no, el pis, ¡el pis!
¡EL PIS!
.
.
.
Se me..
...escapó...
el pis.
.
.
.
Intentaba apretar con todas mis fuerzas la salida de la vejiga para que parase pero tuve poco éxito, aunque no nulo, conseguí que bajase lentamente por mi pierna, y formase un charco silencioso en el suelo.
Qué vergüenza.
Una vergüenza como jamás había experimentado.
Pero tuve suerte.
Nadie se había parado a mirar qué estaba haciendo, bailando sola en el sitio, a punto de llorar del dolor que supone aguantar tanto pis.
Nada más llegar el autobús a mi parada me bajé rápido sin mirar atrás, gracias a que llevaba falda, no había ningún rastro en la ropa de que me había meado encima.
El pis que me faltó por soltar lo dejé salir detrás de unos arbustos que había cerca.
Después seguí mi camino a casa tan tranquila y con mi entrepierna congelada.
Aunque... al día siguiente:
CISTITIS.
Gracias por haberme acompañado en esta historia tan vergonzosa. Cualquier parecido con la realidad no es para nada coincidencia, porque tal y como lo narro, sucedió.